La Talla No Importa

(2013)

Leemos un artículo sobre moda y modelos.

Paula, una niña de diez años, se pone mi ropa,

porque La Talla No Importa.

Paula juega con mi ropa, juega con la talla,

juega con la moda.

La moda es un escaparate para gustarnos más.

¿Me gusta la moda? ¿Me gusto más “hiendo a la moda”?

¿Me gusta estar sometida a una manera de vestir?

¿Me gusta ir vestida? ¿Me gusta ir sin ropa?

¿Me gusto sin ropa?

Texto de Paula:

“Yo soy Paula, una niña de diez años, y he llegado a la conclusión de que no importa la talla, porque da igual si eres gorda o flaca, guapa o fea ¿Y qué? Yo soy flaca y soy muy buena persona y a mí me da igual ser baja y flaca. Soy como soy y los demás me tienen que respetar com soy y yo como son los demás.”

Paula me dijo que no quería estar tan DELGADA.

Estábamos leyendo un artículo sobre una de las grandes marcas de ropa. Habían decidido inciar la campaña un verano con una modelo de la talla 44 para los bañadores. No es un hecho muy normal en la sociedad actual (2013) y por eso quise compartirlo con ella.

Paula tiene DIEZ AÑOS y es una niña muy curiosa, inteligente e inquieta.

Después de comentar el artículo, tuvimos una larga conversación incidiendo en la PRESIÓN que ejerce el mundo de la estética sobre las mujeres y me sorprendió mucho observar como una niña de diez años podía llegar a conclusiones que algunas de las mujeres que conozco no llegarían en la vida.

Al ver las fotos del artículo, Paula no consideró que la modelo se correspondiera con el concepto de TALLA GRANDE.

¿Dónde, cuándo y por qué se empiezan a imponer los CÁNONES DE BELLEZA en nuestra mente?

Es una lástima ensuciar esos pensamientos tan bonitos que tenemos durante la infancia y que más adelante nos llevan a clasidicar en estéticas o no las cosas y a las personas.

Estubimos hablando durante una semana sobre todo esto, tocando otros temas que hacen refernecia el género. El sexismo, la desigualdad, los roles de género, la educación, etc. son temas que Paula vive en su día a día, como todas, y que aún no sabe como expresarlos con claridad, pero empieza a CUESTIONARSE.

Me pareció, entonces, fascinante la idea de compartir un pequeño proyecto con ella sobre un tema que a las dos nos interesaba cuando me dijo: “Laia, la talla no importa.”

Vacié mi armario entero y le dije a Paula: “Escoge la ropa que quieras que nos vamos a hacernos fotos”. Llenamos dos bolsas enteras, cogimos nuestras bicicletas y llegamos a la playa, donde había una estructura abandonada que había sido un espacio de fiesta anteriormente que tenía en mente para algún proyecto fotográfico. Ésta era la ocasión.

Cuando llegamos, le propuse que jugara a ponerse mi ropa, que le iba muy grande, y que disfrutara de la tarde mientras yo la fotografiaba. Entre risas, bailes, juegos y reflexiones, Paula corría por todo el espacio DECIDIENDO dónde y cómo salir en las fotos.

Nace así el proyecto “La Talla no Importa”, con la intención de promover un CAMBIO en la edicación de las personitas que tenemos a nuestro alrededor, pequeñas grandes MENTES CREATIVAS que ya están llenas de NUEVAS PROPUESTAS para mejorar nuestras sociedades y relaciones.

Jugando con la talla 1. Reflexionar.

Jugando con la talla 2. Cuestionar.

Jugando con la talla 3. Soltar.

Cortar la talla.

Suena curioso. ¿Por qué cortaron en los números 90-60-90?

¿Qué pasa si te sobran o no cabes en esos números?

La cámara.

He encontrado un medio a través del cuál puedo experimentar y expresar lo que siento. Pero aún no estoy preparada…

La mirada.

Curiosidad… que me genera seguridad.

Intimidades.

¿Qué diferencia hay entre llevar la braga del bañador en la playa y estar en bragas en tu habitación?

Espill.

(Espejo en valenciano). Podríamos llamarle también espejo pero “espill” me lleva a la palabra catalana “espiell”, y de ahí saltamos a “espiar”. Espiarme a mí misma para descubrirme.

Arquitectura.

Construcción de la propia imagen.

La curva.

Rubens y sus Tres Gracias.

Bailemos libremente.

Descubriendo los brazos en clave de género.

Mi historia

Todo empezó en el momento en que nací.

Era una bebé, asignación de sexo femenino, con una gran cantidad de expectativas familiares y sociales para cumplir.

Siempre me dijeron que era una niña, que me llamaba Laia y, a partir de ahí, empecé a crear mi propia imagen corporal.

En casa, en la escuela, en la calle. All donde iba siempre me acompañaba una persona adulta. Todas esas personas me hablaban y mehacían de modelo, y yo aprendía de ellas.

Las mujeres de mi casa nunca han respondido del todo a ese imaginario colectivo de mujer sumisa. Mi realidad no se parecía a la. delos cuentos hadas. Ellas me gustaban. Mis mujeres eran mujeres fuertes, enérgicas, luchadoras, independientes, activas, inquietas, pasionales. Mujeres empoderadas que siempre me daban a conocer su opinión del mundo.

Aunque mis padres y mi familia se esforzaron para evitarlo, yo pedía Barbies, coches rosas y bicicletas lilas bien ornamentadas como las que veía en los catálogos y anuncios de juguetes.

Cuando cumplí diez años, recuerdo un episodio familiar que me marcó. Era carnaval y yo había pedido un vestido de época victoriana rosa y verde con su correspondiente pamela que mis mujeres crearon para mí com mucho amor. El día que lo tube que estrenar, ya con el vestido puesto, arranqué a llorar gritando que no lo quería llevar. De repente me vi literalmente disfrazada y no quería dar esa imagen de mí en la escuela. Yo no era una niña que jugara a cosas de niñas, tampoco de niños. Me gustaba estar tranquila, pensar, leer, opbservar y ayudar a los demás. Pero también me gustaba jugar, aunque no me gustaba que me metieran en el saco de los juegos de niñas.

Como para la mayoría de personas, la época de adolescencia fue dura: el cuerpo empieza a cambiar i mientras la grasa encuentra un lugar donde colocarse, tenía que enfrentarme diariamente a comentarios sobre mi imagen corporal. Una larga época de vulnerabilidad en la que la imagen juega un papel muy importante. ¡Y empezó el festival! La cara se me llenó de acné, los pechos crecieron a ritmos individuales y desiguales, las caderas se ensancharon, el culo cogió una forma más redonda y los muslos se volvieron, como decían mis abuelas, hermosos, y también mis brazos, que tapaba siempre que podía. Me despedía de mi propia imagen de la infancia para dar paso a una nueva yo, a una nueva imagen de mi cuerpo.

Comencé a sentir que, como chica, tenía que ser más femenina y, si podía ser, un poco más delicada… Intentaba buscar mi feminidad con sutileza pero no respondía a los cánones de belleza imperantes en la actualidad. Me di cuenta de que quizás hubiera sido una gran belleza  en la época de Rubens, donde encajaba más mi talla y la forma de mi cuerpo. Inició también un período donde descubrí mi sexualidad compartida con otras personas pero había cosas que no funcionaban como yo creía. Más tarde me di cuenta de que la manera en que se vive la sexualidad, el sentirse deseada, está íntimamente relacionada con la percepción de la propia imagen corporal. Entonces entendí por qué había cosas que no funcionaban.

Fui a la playa, y después de muchos intentos para estar segura de que nadie me estaba mirando, me animé a hacer topless. Me sentía observada y, clara, para ir al agua, me ponía la parte de arriba del bañador. Pero llegó un día en que me daba lo mismo, un día en que me levanté de la toalla y pensé: señoras y señores, estos son mis pechos, y me gustan. Así que fui hacia el agua con la cabeza bien alta y enfrentándome a mi propio conflicto.

Hice danza, y los brazos que siempre intentaba ocultar, empiezan a descubrirse junto con mi nueva imagen corporal en el espejo. Empiezo a leer e investigar sobre la cuestión de género y me doy cuenta de que es un campo en el que me siento cómoda, porque se cuestionan las normas de la masculinidad y la feminidad y los cánones de belleza, porque me hace sentir fuerte.

Y es entonces cuando siento que he construido una imagen propia suficientemente fuerte como para empezar mis proyectos entorno a la reflexión con el cuerpo.